Personas diente de león: el camino a la Resiliencia

¿Nunca te has preguntado cómo puede ser que algunas plantas crezcan en mitad del cemento y el asfalto? ¿No se supone que una planta necesita tierra, luz y agua para hacer la fotosíntesis y florecer?

Estamos sin duda ante una de las grandes lecciones de la madre naturaleza sobre cómo conseguir crecer en entornos de adversidad y dificultad. No quiere decir esto que ese crecimiento sea algo “agradable” o se vaya a disfrutar del proceso.  Crecer y avanzar no siempre significa placer o disfrute, es más, la mayoría de las veces no hay nada de eso.

El diente de león es capaz de sacarle partido a dos cualidades excepcionales para ello: la resistencia y la flexibilidad.

Ambas dos cualidades son la base de lo que conocemos en el campo del comportamiento y la psicología humana como Resiliencia, ese maravilloso arte-habilidad en el que se es capaz de seguir creciendo (aunque sin placer en ello) en medio de circunstancias nada favorables o más bien indeseadas.

La resiliencia, (o la persona Diente de león) se ha interpretado de diferentes maneras desde que hace algo más de una década aproximadamente se empezó a hablar y acuñar dicho término para referirse a esa habilidad poco común de conseguir salir adelante aún cuando todas las posibilidades o circunstancias apuntan en dirección contraria.

Hace apenas unos años algunos psicólogos ponían de relieve esta nueva destreza al rescatar las historias de los niños “diente de león” o niños de la guerra, que en algunos (aunque minoritarios) casos conseguían superar las terribles circunstancias vividas y eran capaces de llevar vidas “normales” en las que las secuelas de lo vivido no determinaban el global de sus vidas. Por supuesto, éstos eran y son una minoría.

 

¿Qué podemos aprender de los niños diente de león?

Estamos como en la mayoría de las habilidades y talentos ante una destreza que puede tener tanto una base genética como ser prendida. Los niños de la guerra resilientes suelen ser casos de seres que ya traen algo de serie, pero que también reciben ayuda y acaban saliendo adelante en mitad de la miseria, la injusticia y la falta de educación.

Otro gran escenario para el estudio y comprensión de la resiliencia fue lo acaecido a mitad del siglo pasado en los campos de concentración nazis donde solo una minoría fue capaz de encontrar el camino hacia la salvación.

Algo que destilan muchos de los testimonios de los supervivientes es que no siempre eran los más fuertes los que conseguían salir adelante, si no los que mejor respondían al entorno en términos de adaptación.

¿Cómo lo hacían?

Ahora ya sabemos que esa admirable capacidad que poseen algunas personas puede que tenga que ver con los genes, pero sobre todo se puede adquirir, aprender, mejorar y desarrollar con la pedagogía adecuada y en el tiempo requerido para ello. De hecho, si te paras a pesar sobre las personas resilientes más cercanas a ti verás que se han ido haciendo resilientes, no siempre lo fueron.

Por tanto, podemos decir que ser una persona resiliente o persona diente de león es un proceso humano en el que se cruzan dos habilidades combinadas: Resistencia y Flexibilidad. Vayamos un poco al grano de ambas destrezas.

 

Resistencia y Flexibilidad

Cuando nos referimos a “ser resistente” no nos referimos solamente al hecho de “aguantar” ya que en sí esta capacidad es limitada y finita. Aguantar por aguantar es soportar el peso del dolor, la dificultad, el sufrimiento o la desolación sin nada que lo compense, hasta que te den las fuerzas antes de romperte, partirte o rendirte.

La resistencia va más allá de la capacidad de aguantar por aguantar e incorpora un sentido final o propósito a esa experiencia nada favorable en la que a menudo nos vemos inmersos a lo largo de nuestras vidas. Como decía V. Frankl:

Si no tienes un para qué, ningún sufrimiento o dificultad tiene sentido y pronto perderemos las ganas de seguir aguantando

Parece que saber dotar de un sentido último a esa capacidad de “aguante” es lo que le confiere a la resistencia la cualidad de motor de avance en mitad de las inclemencias, dificultades o momentos difíciles.

Sufrir sin saber para qué se sufre es doble sufrimiento, agota el doble de recursos emocionales y no genera nada

¿Se puede aprender a dotar a las dificultades de un sentido último o propósito? La respuesta es sí, y ese es uno de los secretos de las personas diente de león.

Pero esta habilidad no sería suficiente para entender y practicar la esencia de la resiliencia. Nos hace falta acudir a su hermana “la flexibilidad” para tener todo el paisaje cubierto.

Por mucho que trabajemos el saber dotar a las dificultades y adversidades de sentido y propósito (y esto en sí miso ya es bastante complicado) si no soltamos algo de lastre no podremos florecer en mitad de lo complejo y salir a superficie.

A veces no es posible crecer en línea recta por lo que hay que estar dispuesto a “adaptarse y amoldarse” a algo que no teníamos en mente, a algo que hasta puede que odiemos, tarea peculiar y harto compleja también.

Y es que los seres humanos tenemos algo que se llama ego y que nos apega a que las cosas sean como queremos que sean, cuando queremos que sean, donde y con quien queremos que sean. Querer que lo placentero dure para siempre y al mismo tiempo mantener lo doloroso lo más alejado de nuestras vidas no es precisamente una actitud flexible, ni siquiera está cerca de serlo. Pretender que siempre luzca el sol y que no lleguen las nubes es no entender el proceso que hay detrás de una vida que florece. Por eso nos cuesta ser resilientes. Somos capaces de aguantar lo indecible pero mostramos poca flexibilidad cuando la vida nos trae algo inesperado, por eso acabamos rompiéndonos.

¿Qué significa ser una persona flexible? No hay dos formas iguales de entender las posibles respuestas a esta pregunta. La flexibilidad es algo tremendamente particular y personal, pues tiene que ver con los valores, los miedos, las expectativas vitales, la propia personalidad o las emociones. Lo único que puede tener en común cualquier posible respuesta a esta pregunta es que la flexibilidad supone no apegarse, encariñarse o aferrarse demasiado a nada en la vida, porque como bien explica la filosofía budista, todo acaba por cambiar, transformarse o desaparecer, antes o después.

Así que bienvenido a la aventura de cultivar la resiliencia en tu vida. Es un camino personal indelegable, es nominal, nadie lo va a hacer por ti y leer sobre ello no te va a hacer resiliente: hay que construirlo o cultivarlo.

No te digo que vaya a ser fácil, te digo que merece la pena.

Jose Juan Agudo

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